martes, septiembre 05, 2006

Flama Victoriosa - IV - Luz Celeste

Anochecía. El cielo se cambiaba de ámbar a purpúreo. Los faroles de la ciudad ya dejaban ver su romántico resplandor amarillo. La brisa soplaba refrescante entre tu cabello y ropa mientras avanzabas por el rústico empedrado, contrarrestando el caluroso ambiente que se sentía hacía algunas horas. Las joviales risas y murmullos de la gente te hacía disfrutar la caminata aún más. Todos los establecimientos (o casi todos), como era costumbre en el verano, tenían sillas y mesas en el exterior para que las parejas disfrutaran del suspiro del anochecer, para que pudiesen contemplar las estrellas. Era un lugar absolutamente precioso.
Conforme avanzabas, más olvidabas las palabras de Boltarión. ¿Cómo se llamaba el lugar aquel?. Un viejo anciano se te acercó a pedirte limosna, pero lo ignoraste, con tu hombro le empujaste y seguiste caminando. La Flama Victoriosa no habría ignorado el suplicio de esa ánima desafortunada. La Flama Victoriosa habría dado suficiente al pordiosero para que comiese bien esa noche (¡mínimo!). ¿Por qué ya no Seramís? ¿Acaso la Flama y tú no eran la misma persona? Tú, cuando te ordenaste, prometiste siempre cuidar del necesitado y vivir bajo los principios de honor y justicia inquebrantable que tu maestro Eorimante te inculcó desde pequeño. Quizá no lo ayudaste porque no tienes dinero. Eso es cierto, desde que dejaste la caballería, apenas tienes para comer. Quizá sea eso. Pero no lo creo, ¿tú qué opinas?. Así es. Estás amargado. No con Cirabriela. No porque el amor de tu vida resultó ser una ilusión. No porque el discípulo que criaste como tu propio hijo y en quien depositaste todo tu cariño, tiempo y toda tu fe había sido muerto por tu propia espada. No era eso. No porque Boltarión te convenció para que tomaras la última de las misiones. No. Estás amargado con el mundo. Aquel mundo por el cual luchaste tan fieramente. Aquel mundo que amaste con lo más profundo de tu ser, tanto así que estuviste a punto de perder la vida en un incontable número de ocasiones sólo por salvar al más insignificante e ingrato de sus habitantes. Eso es. Ingratos. Estás amargado porque son ingratos. Porque todos festejaban tus hazañas cuando victorioso, pero nadie recuerda tu nombre cuando perdedor. Estás amargado porque nadie te extendió la mano cuando eras tú el que se encontraba en necesidad y ellos eran quienes tenían la espada triunfante que podía acabar con tu sufrimiento. Estás amargado porque dejaron que la Flama Victoriosa se apagara. Estúpidos. Tú fuiste capaz de compartir el llanto con más de una moza, de servir de apoyo a más de un hombre, de ser escudo de más de un noble y de iluminar el camino de más de un pueblo. Hoy en día son contados con una mano los que recuerdan al gran Seramís de Zórvila. Los cuentos del Seramís son contados por grandes y chicos ignorando que el héroe de leyendas sigue con vida. Eras una llama inextinguible y esos ingratos te convirtieron en sombra imperceptible. No se merecen tu espada. No merecen que levantes el puño por ellos... Es por eso que no lo haces por los ingratos. Ni por Boltarión, o por Leonidio... no por la falsa Aurisiana que aún flagela tu corazón después de tanto tiempo. Lo haces por Seramís. Lo haces por la épica figura que alguna vez fuiste. En honor a la Flama Victoriosa, va este último trabajo.

Terminaste de recorrer la zona donde se encontraban las fondas y las tabernas y llegaste a la parte oscura de la ciudad: La zona de los prostíbulos. En los portales pululaban tanto borrachos desfallecidos como una que otra ramera en plena seducción. Toda la calle apestaba, los faroles estaban a media luz y hombres gritaban para convencerte de que dentro de su establecimiento, se encontraba la mejor gonorrea de todo el pueblo. Te asqueaste. “!LA LUZ CELESTE TIENE LAS MEJORES CHICAS DEL PUEBLO!”. ¿Luz Celeste? ¿Era ese el nombre que dijo Boltarión?. “¿BUSCAS DIVERSIÓN? SÓLO LA LUZ CELESTE TIENE CHICAS DE ALTA CALIDAD, SÓLO EN LA LUZ CELESTE PODRÁS VERDADERAMENTE SACIAR TU LIBIDO”. ¿Era ese? Era algo “Celeste”... ¿Recuerdas?.
Entraste en la Luz Celeste. El olor a sexo y tabaco inundaba todo el establecimiento. Delante, una pianola tocaba desafinada una molesta melodía, al ritmo de la cual las chicas en el escenario se desnudaban. En la barra llena de sucios criminales y mal vivientes, se encontraba el resto de las chicas que con sucias palabras intentaban ganarse ese maravedí extra. No te hacía ninguna gracia el lugar. Te sentaste en la barra. El cantinero te preguntó si querías beber algo pero tú no respondiste. Estabas concentrado. “¿A qué hora se presenta Zuama? Preguntaste- Debe ser la siguiente buen hombre, contestó el tabernero, ¿Vino a ver el espectáculo de Zuama la Persa, no? Casi todos aquí viene por ese motivo- Sólo he oído rumores, dijiste al cantinero, pero muero por averiguar si son ciertos.- Ten por seguro que lo son, contestó”.
La pianola se calló. Tú dirigiste tu atención hacia el escenario. Una mujer morisca se encontraba parada con ambos brazos detrás de la cintura. Esperabas el momento. Una música arabesca comenzó a escucharse. La mujer movía hipnóticamente la cabeza de un lado al otro. Sus caderas comenzaron a moverse delicadamente de arriba hacia abajo, intercalando lados... bamboleándose de atrás hacia delante. Pasando un pie al frente, comenzó a mover el vientre como serpiente, asegurándose que sus caderas se notasen. Sus manos lentamente comenzaron a recorrer cara parte de su bronceada piel, teniendo especial cuidado de seguir meneando la cadera en aquel lascivo ritmo. Sus hombros hacían juego ahora con sus caderas. Tú seguías esperando. La danza se volvía cada vez más sugerente. Haciendo a sus manos atravesar delicadamente su vientre, llegó a su abultado pecho y lo dejó al descubierto. Te levantaste. Pocos supieron qué pasó a continuación. De unas cuantas zancadas atravesaste el lugar hasta llegar a la pianola y con un fugaz movimiento, decapitaste al hombre que la tocaba. Giraste con el impulso para enfrentar al alarmado público. Los pocos que no huyeron en pánico intentaron aniquilarte. Pero fallaron. Después de que mataras al último de tus agresores te dirigiste por tu objetivo. La mujer se encontraba en una esquina temblando, intentando cubrir su desnudez. ¿Qué decía?. No le entendiste ¿Cierto?. ¿Qué le dijiste tú?. La tomaste de la muñeca y la sacaste. El cantinero que se encontraba agazapado detrás del mostrador asomó la cabeza. Lo mataste mientras salías. Al salir te quitaste la pañoleta que cubría la mitad de tu rostro. No es como si hubiese sido necesario traerla... Bien sabías que nadie te recordaba. ¿Habrá sido tu ego el que insistió en cubrir tu rostro?.
Ambos tú y la muchacha desaparecieron en la oscuridad de la noche.

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