domingo, enero 14, 2007

Una canción en la playa

La gente se comenzó a levantar y a bailar al rededor de la fogata mientras las guitarras dictaban ritmo con su tropical improvisación. Ambos músicos se asentían continua y cadenciosamente el uno al otro en aprobación al acompañamiento. Conforme la melodía avanzaba los arreglos mejoraban, el ritmo crecía y la gente se animaba. La música estaba viva. Aplausos y percusión aparecieron de algunos alegres espectadores. Pasos en la arena, caderas en pleno meneo. Las guitarras en este momento iluminaban más que la lumbre. Sonrisas y gritos. La euforia es incontenible. Ambos artistas se miran a los ojos mientras sus manos hacen el resto. Como leyéndose el uno al otro, empizan las pausas. Se detiene uno y el otro empieza. Se detiene este, y es el primero el que reanuda. Con ligeros golpes a la caja de la guitarra, cambian de pronto el bailable son tropical agradable a la cadera, por un sonido más complejo y agradable al oído. Uno comienza a mover los hombros al compás de su melodía y el segundo comienza a requintar. Ya en el clímax y con un movimiento de cejas, el primero es invitado a unirse en el requinto. Los cuerpos que bailan ya se detuvieron y con una sobresaltada sonrisa les acompañan con las manos, siguiendo a la música con la cabeza y con los pies. La música comienza a detenerse hasta que hay un silencio. Las miradas permanecen expectantes… y tras unos segundos la improvisación original comienza a sonar para dar final a las guitarras unos segundos después. Todos se abrazan y ríen y besan.

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