viernes, abril 07, 2006

De noche

Un silencio espectral envolvía la habitación. La temerosa muchachita de apenas unos 11 años de edad, temblaba de pavor bajo sus cobijas y apretaba sus párpados mientras decía, por enésima vez, una oración (para invocar a su angelito de la guarda, probablemente) que de tanto repetir había perdido el sentido que tuvo las primeras dos o tres veces. Era una noche silenciosa. Afuera no soplaba viento alguno y los grillos por algún motivo habían decidido no chirriar. Calma absoluta... fantasmagórica. A la niña se le dificultaba respirar, pues se esforzaba enormemente por no hacer ruido en cada jadeo que su acelerado ritmo cardiaco le obligaba a dar. Había momentos en los que sentía que se desmayaba. Tomando lentamente una linterna ubicada bajo su rechoncha almohada de plumas, la jovencita abrió un viejo cuaderno que decía “Jenny” en la portada. Buscó una página en blanco, y usando el bolígrafo que se encontraba en la espiral de la libreta, comenzó a escribir. Las letras le fluían esa noche. Después de unos minutos de estar volcando sus sentimientos en el papel, satisfecha suspiró calladamente. Guardó su cuaderno de nuevo y ahora sintiéndose más segura, se aventuró a salir de su escondite.

Primero salieron sus castaños cabellos seguidos de sus brillantes y expectantes ojos, abiertos a su máximo para percibir hasta el más mínimo movimiento. Hacía frío. Después de asegurarse que no había ningún peligro, asomó el resto de su cabeza. Miró con cuidado desde las mesitas que se encontraban junto a la cabecera hasta aquella sombra con forma de silla que se encontraba en la esquina más lejana. No parpadeaba. Por la enorme ventana paralela a su cama entraba una pálida luz de luna que aterrizaba sobre la ropa sucia de Jenny, la cual seguía en el suelo pues no la había recogido antes de irse a dormir. El resto eran siluetas oscuras, figuras en tinieblas. Su respiración estuvo calma durante unos momentos pero se comenzó a acelerar de nuevo. Estiró su brazo sigilosamente y sin perder de vista el resto de la habitación. Tomó su vaso y se lo acercó a los labios. Lo detuvo algunos minutos ahí. Temía ladearlo un poco pues bloquearía su vigilante mirada. Reuniendo todo su valor, lo inclinó rápidamente y descubrió que estaba casi vacío. No tenía mucha sed, pero al saber que no había agua, esta se incrementó violentamente. Ahora se ahogaba pues su garganta raspaba por falta de humedad. Tenía que salir a rellenar su vaso.

Jenny odiaba la nueva ciudad y sobre todo, su nueva casa. Grande y vieja, todo el tiempo con ese extraño aroma a madera. Polvorosa. Cortinas viejas y feas cubrían las enormes ventanas, convirtiendo la blanca luz del sol en un horroroso resplandor azulado. El jardín estaba seco completamente, donde alguna vez hubo árboles ahora sólo había ramas muertas y telarañas. En el terregoso suelo crecían algunas hierbas rastreras que le daban un aspecto aún más desagradable a aquella estéril superficie llena de madrigueras de topo y de serpiente. La casa era espantosa durante el día. Y sobre todo. Tenebrosa durante las noches. Los largos pasillos que conectaban una habitación con la otra tenían suelo de madera, la cual rechinaba estruendosamente con cada paso dado sobre ella. Durante el día era muy molesto, al anochecer era sumamente macabro. Hacía una semana que se habían mudado, así que la decoración era algo escasa y aún había muchas cajas por desempacar. Jenny se impacientaba día con día. Faltaban dos semanas para el inicio de clases. Dos largas semanas. Ella deseaba irse a dormir y que cuando despertara, las vacaciones hubiesen terminado. Deseaba hacer amigos, deseaba dejar de tener que rogarle a su hermana de 16 que jugara con ella. Hacía algunos años por motivos ignotos para la jovencita, su hermana le había dejado de hacer caso. Y lo que es más, parecía odiarle. Y este hecho entristecía mucho a Jenny. La entristecía y la aburría. Aún faltaban 2 largas semanas. Los niños de su nueva colonia aún estaban de vacaciones, así que prácticamente, Jenny estaba sola. Por eso deseaba dormir, para despertar dos semanas en el futuro, cuando por fin podría poner fin a su monótona y nostálgica soledad. Sólo quería dormir... El único problema para su plan era... que el miedo no la dejaba hacerlo.

Sus ojos se habían acostumbrado más o menos a la oscuridad. Respiraba muy lenta y profundamente, para no ahogarse y a su vez, para no hacer ruido alguno. Fue lentamente saliendo de entre sus cobijas hasta dejar al descubierto la mitad de su bonito camisón amarillo. Con mucho cuidado se movió hacia la orilla. Apoyó cautelosamente las manos, y sin dejar de mirar a su alrededor, se empujó fuera de la enorme cama. Se quedó inmóvil por algunos minutos. Se aseguró que no hubiera nada fuera de lo común... y se agachó rápidamente por una chancla. La tomó con ambas manos y la puso cerca de ella. Esa sería su arma durante la travesía. Dio los primeros cautelosos pasos, pero recordó que había olvidado el vaso. Así que sin dar la vuelta para no perderse de nada, caminó en reversa hasta llegar a él. Una vez en sus manos, comenzó a caminar de nuevo hasta llegar a la puerta, tras la cual se detuvo unos instantes. Esperó a que las mariposas de su estomago cesaran de bailar, y tomó la perilla. Temblorosa, la giró y entreabrió la puerta. Por la ranura intentó divisar alguna silueta sospechosa, pero el pasillo estaba cubierto por una cortina de oscuridad imperturbable la cual impedía que Jenny fuese capaz de distinguir objeto alguno. Rindiéndose después de algunos minutos ante la negrura de la noche, abrió lentamente y por completo la puerta y se dispuso a salir. La primer pisada fuera de su habitación produjo un escalofriante rechinar, el cual pateó a Jenny directamente en el estómago. Su corazón comenzó a latir como bólido. A un paso de la hiperventilación, la niña dio el segundo paso. El rechinar fue parecido, pero no la tomó por sorpresa. Con los brazos muy cerca de su cuerpo y apretando fuertemente la chancla, se aventuró a través del pasillo. Sus plegarias para invocar a aquel divino espíritu protector comenzaron de nuevo. ¿Habría de verdad alguien escuchando sus suplicas?. No podía decirlo con certeza, pero le daba una seguridad impresionante. Quizá alguien de verdad la protegía. O quizá sencillamente se olvidaba de aquello que la aterraba y se concentraba solamente en rogar por protección celestial. Fuese cual fuese el motivo, funcionó, pues salió del pasillo a salvo.

El barandal de las escaleras daba al amplio vestíbulo. Jenny se hincó y pegada a la pared comenzó el descenso. Intentaba no pensar en nada extraño, pero una vez abajo, todo el espacio abierto junto a la escalera silenciosamente retumbó dentro de su cabeza. El pánico le ganó y sinitendo un chorro de adrenalina ser inyectado directamente en su corazón, corrió despavorida hasta la puerta de la cocina. Con lágrimas en los ojos abrió desesperadamente la puerta y entró. Sin pensarlo dos veces, encendió la luz. Sus ojos se cerraron de inmediato y se tapó el rostro con ambas manos... se agachó y se quedó ahí algunos minutos. Dolía. Cuando por fin se destapó la cara, con el ceño fruncido y los ojos casi cerrados, caminó hasta el refrigerador. Sacó el agua, se sirvió y bebió. Antes de servirse de nuevo, miró por algunos momentos su vaso. Pensamientos diversos le invadieron en ese momento. Suspiró varias veces durante su larga reflexión, y cuando al fin hubo terminado de meditar, se sirvió de nuevo y emprendió la travesía de vuelta.

Al llegar a su cama, Jenny se quedó dormida casi al instante, sólo para despertar al siguiente día. Y por más lamentable que fuese este hecho, ya no le volvió a importar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ches cuentitos jeje no queda mas que mentarte la madre por la ojete sensacion de monotonia y soledad muy bien lograda a la champ pero que llega a aguitar, con lo de la sed que se incrementa cuando ves que no hay mucha agua te la rifaste, "two thumbs up"