martes, enero 10, 2006

El conejo y la espada

Iba el conejito saltando por el bosque. Y de pronto, se encontró una espada. El resplandor ocasionado por el reflejo del sol en ella, atrajo al intrigado conejito. Paso a paso se fue acercando, hasta que por fin se paró junto a ella. El espíritu guerrero de la espada envolvió al conejito, y este, ahora en un maniaco trance, tomó la decisión de nunca volver a abandonar a su hermoso y brillante tesoro.
Esa noche el conejito durmió junto a la espada.
Al despertarse, la miró de nuevo, y con frenética obsesión decidió tocarla. Sintiendo primero la tosca empuñadura, el frió del metal provoco escalofríos al conejito. Pero conforme su patita se movía hacia arriba, el sensual deleite al que sometía a su tacto, le obligó a lamer la espada. Al llegar a la cuchilla, era su cuerpo el que en espasmos se rozaba con el arma.
El conejito se tiró exhausto en la hierba. Sus dientes chasqueaban de frío y su respirar era pesado y moribundo. Una lechuza que se encontraba cerca, al oler la pestilente agonía del conejito, veloz cual saeta le prensó con sus filosas garras y se lo llevó para destazarle y comérselo después.
La espada, saciada después de arrebatarle la vida al conejito, se quedo ahí en fría soledad, brillando hermosamente en medio del bosque, esperando a que le diera hambre de nuevo.

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