jueves, enero 26, 2006

Plenitud

El aire se sentía más puro que nunca. La brisa soplaba suavemente acariciando su cabello. Él abrió su abrigo y dejó sentir el helado viento en su torso. Sintió escalofríos. Una sonrisa se dibujó en su rostro. Levantando la mirada, cerró los ojos y tomó una enorme bocanada de pureza hasta que sus pulmones dolieron. La contuvo unos instantes y luego exhaló calmadamente. Todo era como debía ser. A sus pies, la montaña que hacia algunos minutos había conquistado. Sobre él, la inmensidad de un cielo claro y brillante. En el horizonte, la luz del alba se colaba entre las nubes y la neblina. No había ningún sonido que no fuera el esfuerzo de su aliento y el latir de su corazón. Era el verdadero y único dueño del mundo y nadie podía negárselo. El orgullo lo invadió en una oleada cálida que salía desde el estomago y se expandía al resto de su cuerpo. No había más. No había pasado, no había futuro. No estaba él, no estaba la montaña, ni el cielo. Sólo estaba ese momento. Ese instante. Para siempre.

1 comentario:

Kilroy dijo...

Gracias, y si, es un texto autónomo.